Cuantas veces nos habrá ocurrido que, pese a un supuesto buen arreglo con el deudor rebosante de buena fe y promesas de fiel cumplimiento, el pago de la acreencia se convierte en una estatua de sal que se desvanece estrepitosamente, haciéndonos víctimas de individuos y organizaciones que en principio no tenían la voluntad de cumplir con sus obligaciones.
Seguramente, tales granujas firmaron cuanto documento les fue presentado para garantizar su compromiso monetario, tales como convenios, giros, cheques, vales, etc; pero para ellos dichos instrumentos no tienen un valor mayor que el atribuible al tan preciado en estos días papel sanitario.
No faltarán las excusas centradas en las duras condiciones económicas que actualmente nos embargan o, quizás, alguna circunstancia que en particular haga difícil cubrir el importe de la deuda; pero sin embargo, resulta urgente detectar la fiabilidad de las razones esgrimidas para no pagar, lo cual será posible observando detenidamente la conducta reiterada del deudor, las condiciones en la que opera su negocio y hasta las consideraciones que al respecto tengan los terceros.
Frente a este panorama no queda otra que tomar las previsiones que el caso amerita, actuar con apremio para sancionar la conducta del moroso y, en fin, tratar de cobrar oportunamente la acreencia con la mayor efectividad esperada.
carlosarocha©2013