Es lógico que insista en hablar a quien le debe o, en su defecto, con la persona que supuestamente representa al deudor. La premura en obtener respuesta satisfactoria a nuestros reclamos por lo general se traduce en un sinnúmero de e-mails, faxes, misivas, llamadas telefónicas y hasta encuentros inesperadas con el supuesto deudor.
Sin embargo, no siempre quien responde a nuestras inquietudes es la persona idónea para ventilar el cobro de la deuda, ya sea porque no tiene la autoridad suficiente para atender el reclamo, se muestra desinteresado o por algún motivo pretende obstaculizar la recuperación de la acreencia. Así estamos frente a lo que coloquialmente se ha comparado entre tratar con los “pasayos” y conversar con el “dueño del circo”.
Para que esto no suceda, es menester que se cerciore con quien se está comunicando; no es suficiente estar frente a una presencia agradable o sentarse a escuchar un discurso elocuente. Hay que leer todas las señales, ya sean corporales, auditivas, documentales y hasta ideológicas.
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